Caminos de traviesas y ventas
Siendo la orografía de La Palma tan abrupta, fue fundamental el correcto diseño de los caminos para garantizar las comunicaciones entre los diferentes lugares de la isla y la seguridad de sus usuarios. Fueron las arterias por las que circulaba la vida de los palmeros. En la actualidad constituyen un patrimonio de un gran valor que además dan soporte a un nuevo uso muy extendido entre los habitantes y visitantes de la isla, el senderismo.
El acceso a Garafía fue muy complicado hasta los años 80 del siglo XX. Así lo manifiesta el obispo Cámara y Murga, por el siglo XVII, refiriéndose a Garafía y su condición de espacio inaccesible e inhóspito: “La más quebrada y áspera tierra del mundo” (Viera y Clavijo, 1766:497)(1). Llegar hasta allí era una proeza que consistía en caminar durante muchas horas por serpenteantes caminos de barro.
Entre los diferentes tipos de caminos existentes en La Palma destacan los de traviesa (Foto nº1) que son los caminos que recorrían el territorio de manera más o menos horizontal, entre los 1.000 y los 1.300 metros de altitud.
Un parte de esta ruta transcurre por La Traviesa, un camino que discurre por las medianías altas de la comarca noroeste de la isla (entre el pinar y los cultivos de altura), conectando todos esos lomos. Ésta servía también de comunicación entre barrios y municipios y como nexo de unión comercial y laboral entre las personas.
Era muy común la existencia de ventas en las orillas de los caminos de traviesas. Eran lo más parecido a las estaciones de servicio actuales. En ellas se vendía de todo y se comerciaba con todo tipo de productos, además de proveer de víveres y refrigerios a los caminantes y de descanso de las largas jornadas de camino que tenían que realizar. Un ejemplo de ello es la Venta del Riachuelo que debe su nombre a su proximidad a la fuente del mismo nombre (Foto nº2).
Es un sencillo ejemplo de arquitectura tradicional. En ella se aprecia el empleo de la madera de pino para sostener la techumbre y en los dinteles de puertas y ventanas. La madera de tea era muy empleada para la fabricación de enseres domésticos tan comunes en las casas palmeras como los telares. En la posguerra española, la penuria y escasez de recursos llevó al desmonte de los telares para la venta de los palos de tea o para su empleo en nuevas edificaciones.
La primera parte del sendero de La Traviesa se discurre por un pinar donde existen ejemplares jóvenes recolonizando antiguos bancales dedicados al cultivo de cereales y ejemplares imponentes que resultan ser faros en los caminos (Foto nº3).
El pino de La Espera, el de La Era, Pino Gordo, Pino de Venancio, etc… son algunos ejemplos de la fitotoponimia de los pinos palmeros que existen en el municipio de Garafía, por donde transcurre ésta ruta.
(1) Viera y Clavijo (1766): Noticias de la Historia General de Las Islas de Canaria. Tomo III, 580 pp. Imprenta de Blas Román. Madrid
Foto nº1. Camino de la Traviesa. El primer tramo discurre entre imponentes ejemplares de pinos canarios. © Jaime Hernández Jiménez.
Foto nº2. Néstor Pellitero Lorenzo, investigador de la etnografía palmera en la Venta del Riachuelo. © Jaime Hernández Jiménez.
Foto nº3. Ejemplar de Pinus canariensis, situado en la orilla del camino, conocido como el Pino de La Espera. © Jaime Hernández Jiménez.
La artesanía textíl: de la seda y otros tejidos
“Del bordado y de las almendras recogidas tras el vareado se iba recogiendo dinero para la dote de las hijas casaderas”. Así comienza el relato Solveida Marante De Paz, Sabia Guía Intérprete de esta ruta palmera.
En la isla de La Palma existe una tradición textil muy importante, especialmente relacionada con el tejido de la seda, de la lana y, en menor medida, del lino.
La obtención de hilo de seda conlleva un proceso muy minucioso que comprende desde el cultivo de los gusanos de seda, la introducción de sus capullos se en agua hirviendo para, con una rama de brezo, tirar los hilos hacia un torno contiguo donde hasta formar la madeja. Cuando se ha obtenido la madeja se continua con el lavado, teñido y torcido de los hilos, hasta la fabricación del tejido, para lo cual se utiliza un telar. La seda palmera, una vez tejida, se utiliza principalmente para prendas tradicionales (fajas, corpiños, faldas, manteles, etc.), y además se ofrece en forma de modernas corbatas, chales, fulares o camisas.
La artesanía de la Seda de El Paso fue declarada Bien de Interés Cultural, con categoría de ámbito local o insular en 2014 y cuenta con un museo situado en el casco urbano de dicho municipio. Hasta los años 50 del siglo pasado existió un edificio sedicícola en El Paso. Se trataba de una construcción con ventanales abiertos y con moreras y morales en su interior, dedicado a la cría de los gusanos de seda. En La Sedicícola había dos variedades de moreras que se han perdido por falta de poda y demás cuidados. Señala Solveida que “igual que al almendro hay que darle palos para que dé frutos a la morera hay que darle tijera para que dé frutos”. También nos cuenta que la actividad textil estaba tan instaurada en la isla que en el censo de telares llegaron a registrarse alrededor de 2.000 telares, a unidad por familia.
Muchos terrenos de bancales se sembraron de lino y también de algodón. “El algodón no se supo trabajar, el lino se acabó y la seda va por el mismo camino”.
La seda palmera se exportaba primero a Europa (Francia) y, más tarde a América. Y la abundancia de plantas tintóreas y su conocimiento por parte de los habitantes de la isla ha generado un cromatismo de tejidos muy variado. La mata de gualda, se usaba para teñir de amarillo los tejidos y la cochinilla para teñir las capas de los “hermanos del señor” para las procesiones de semana santa y fiestas mayores de los pueblos.
Era costumbre, entre las familias adineradas, regalarle a los hijos varones, para el momento de su licenciatura, un traje de seda y para que no fueran de color blanco (color de la vestimenta de los indianos retornados) se mandaban a teñir con cáscaras de almendras mezcladas con pino verde y con té canario o salvaje, resultando un color de seda de la gama de los ocres o beige (Foto nº4).
Por esos caminos pasaron muchas docenas de pañuelos, de personas que no estaban en la isla, que iban a Venezuela y Cuba para regalarlos en las Américas. Un personaje que tenía docenas de pañuelos de seda palmeros fue Fidel Castro. A muchas personas les gustaba tener una pieza de seda porque se decía que “donde hay sedas no caen rayos”. Muchos criadores de gusanos de seda, los cambiaban o pasaban a las tejedoras a cambio de 1 peseta y 1 pañuelo por cada docena de pañuelos tejidos. Era frecuente realizar transacciones con pañuelos de seda y con almendras.
La Palma es también isla de bordados. El establecimiento e ella de comerciantes europeos hizo de La Palma la isla del Archipiélago más culta y abierta a todo tipo de influencias. Toda la cultura palmera manifestó esta huella, pero la influencia también llegó a los sectores más humildes, a la artesanía, a la confección de vestimenta tradicional y a su ornamentación. El borde, como conocen popularmente los palmeros al bordado, es un ejemplo de ello. Y es que el borde ha significado una importante fuente de ingresos para las familias más humildes y actualmente es el sector artesano más productivo. La Península Ibérica y Gran Bretaña son dos de los principales receptores de bordados palmeros aún hoy (Foto nº5).
Las traperas son las piezas que más abundan en la actualidad. Alfombras, cortinas, bolsos, mochilas, tapices, colchas. En los hogares palmeros no se despreciaba una sola tela, por muy vieja y desgastada que estuviera, teniendo fama sus traperas de ser, según señala Sixto Fernández del Castillo las mejores de todo el archipiélago, debido al cuidado en el cortado y torcido de trapos y en el empleo de un doble hilo en la urdimbre.
(sacado de http://www.artesaniadevillademazo.es/telares.htm)
Foto nº4. Las cáscaras de almendras se empleaban para teñir la seda de color beige. © Jaime Hernández Jiménez.
Foto nº5. Solveida mostrando las características del famoso bordado richi palmero. © Jaime Hernández Jiménez.
De la cultura bancalera de la almendra a la de la viña
El almendro, Prinus Amigdalus, ha formado parte, desde hace siglos, del paisaje de las medianías del noroeste de La Palma. Su presencia es notable en las zonas más desfavorecidas, ocupando terrenos marginales y de difícil acceso. A veces como complemento de otros cultivos, fijando el terreno en terrazas o marcando lindes. Alcanzó su apogeo en la década de los años 50, del siglo XX, momento de máxima producción y de la exportación masiva al Reino Unido. Fueron tiempos en los que producciones de hasta 3.500 toneladas permitían grandes exportaciones al Reino Unido. La producción actual ronda los mínimos de su historia, debido al despoblamiento, al abandono de la agricultura, a la competencia con almendras del exterior y a las enfermedades. A diferencia de otros espacios productores de almendras de Canarias el palmero prefiere consumir su almendra aunque su precio sea mucho más elevado que las de afuera.
Existen organismos e instituciones insulares muy interesadas en conservar las variedades tradicionales de la almendra como un recurso natural y cultural, sin olvidar su enorme potencial para el futuro agroeconómico de la isla desde el punto de vista medioambiental. Como señala nuestro coordinador insular (José Heriberto) su localización mayoritariamente en zonas de interfaz urbano forestal, hace que el mantenimiento de éste cultivo sea de utilidad en el control y la extinción de incendios que son tan voraces y reincidentes en esta comarca de La Palma. Entre las muchas y sabias reflexiones que realiza a lo largo del recorrido, señala que el abandono de los usos culturales del almendro está provocando la muerte de muchos de sus árboles y la recolonización del pinar, por lo que se plantea la controversia de si se trata de terrenos forestales o de huertas. Los bancales de almendros han quedado en las últimas décadas desamparados y sin gestión, por lo que el aumento de la biomasa los está convirtiendo en espacios proveedores de combustible para el fuego.
“En su momento fue una de las divisas fuertes de la comarca, un medio de vida para muchos agricultores. Aquí en Garafía había quien compraba a diario en la tienda y pagaba cuando vendía la cosecha. Pero entonces no se perdía ni una almendra, se vendía tanto dentro como fuera del archipìélago, exportándose muchísimas toneladas al extranjero donde eran muy codiciadas” nos dice el SGI Armengol Rodríguez cuya familia tiene fincas en Las Tricias.
La cultura de la almendra estuvo hasta hace pocas décadas, muy arraigada entre los palmeros. Se hacía dinero con la venta de las almendras. Se puede decir que sustentaron la economía de las familias de una determinada generación de palmeros del norte. Todo el mundo iba al campo a recolectar almendras para realizar su repostería doméstica (quesos de almendras, almendrados, quesitos).
Los agricultores de la almendra palmera han aprendido, a lo largo de los años, a injertarlas en los lugares adecuados a sus características (vientos, insolación, bajas temperaturas…), normalmente sobre patrón amargo y protegiendo el injerto con pencas de pitera. Agrodiversidad y técnicas agronómicas perfectamente adaptadas a las condiciones del medio, son algunas de las señas de identidad de un cultivo y unos paisajes abancalados multifuncionales (Foto nº6).
Son muchas las curiosidades y anécdotas que dan forma al rico patrimonio local que existe en torno al cultivo de la almendra (material e inmaterial) que se podrían poner en valor y difundir a los visitantes. “Hablamos de un sector con gran arraigo, que todo el mundo debería conocer. Desde la siembra, el saber injertar, hasta labores como el vareado o la majada, la almendra tiene muchos usos en la gastronomía. Hasta las cáscaras se han utilizado siempre como combustible, también para ahumar el queso, incluso las hojas se cogían para los animales, ya que para las cabras son exquisiteces”, dice Armengol. Se trata de un árbol con múltiples aprovechamientos, y un fruto saludable de gran calidad con demanda asegurada, que guarda además una arraigada vinculación a la popular repostería local.
Los paisajes de almendros palmeros son de gran belleza cuando estos ejemplares están en su época de floración. Son espacios de alto atractivo turístico que acompañan a la tradicional Fiesta del Almendro, que se celebra en Puntagorda, y que se encuentra en trámites para ser declarada Bien de Interés Turístico (Foto nº7).
Por su parte, la vid es el único cultivo en expansión en la zona, pues está ocupando antiguas o nuevas terrazas. Éstas nuevas superficies de cultivo desempeñan una función ecosistémica importante en la prevención de incendios, como el sucedido en agosto de 2020 (Foto nº8).
Foto nº6. Vareado con palo y tendal para la recolección de la almendra. © Jaime Hernández Jiménez.
Foto nº7. Bancales con almendros en flor, paisajes de gran atractivo turístico
Foto nº8. Bancales con viñedos actuaron de cortafuegos en el incendio de agosto de 2020 protegiendo la masa forestal. © Jaime Hernández Jiménez.
Fuentes, aljibes, lavaderos, molinos, eras, bodegas, casas tradicionales
A lo largo de la ruta se aprecia el abundante patrimonio etnográfico y arquitectónico que existe en éste sector noreste de La Palma.
La Fuente del Riachuelo es uno de los muchos manantiales que existen a esa altitud en Garafía y Puntagorda. Tras las primeras lluvias que sucedieron al último incendio forestal quedó sepultada por los desprendimientos.
Por los años 48-49 una gran sequía afectó a toda la isla. Al no existir por entonces aljibes la gente tenía que desplazarse a las fuentes más cercanas. Se formaban colas de día y de noche (Foto nº9). El agua se trasladaba en latas de aceite. Unos de los recorridos más frecuentados para la búsqueda de agua era el de Tijarafe a la fuente de La Candelaria en el fondo del barranco de Las Angustias.
En el Caserío de La Rueda, en el tramo final de ésta ruta existen conjuntos de arquitectura doméstica bien conservados, formados por viviendas de una o dos plantas, de piedra y tejado a cuatro aguas, con teja árabe o francesa (Foto nº10) en cuyo exterior existen muchos elementos del patrimonio hidráulico como aljibes, lavaderos techados y abrevaderos o bebederos para los animales (Foto nº11)
Los numerosos molinos y eras que existen en la segunda parte del recorrido nos narran la historia del pasado cerealístico de ésta parte de La Palma.
Las eras son circulares, empedradas y con rebordes elevados que se construían de esa manera para evitar la erosión tras las lluvias torrenciales.
La ruta termina muy cerca de la costa, en el Museo de Interpretación del Gofio (MIGO), inaugurado en 2016 tras la restauración del antiguo molino de Las Tricias (Foto nº12).
A éste tipo de molino se le conoce por ser del tipo Ortega en honor a las mejoras tecnológicas introducidas por Isidoro Ortega Sánchez (Santa Cruz de La Palma, 1853-San Sebastián de La Gomera, 1913), un ingenioso autodidacta con formación en varios oficios artesanos como la herrería, cerrajería, carpintería o zapatería. Se caracteriza por su sencillez y por el uso, para su construcción, de materiales locales, lo que fue motivo de su amplia distribución por casi todo el archipiélago. El carácter innovador de éste molino se basa principalmente en su mecanismo de pivote que permitía orientar la torre externa a favor del viento lo que supuso notables mejoras en su rendimiento. Este molino de Las Tricias se mantuvo en uso durante tres generaciones de propietarios (familia Acosta) quienes desempeñaban funciones de molineros y de carpienteros, desde 1915 hasta 1953. Siempre que las condiciones atmosféricas eran las idóneas “no paraba de moler” prolongándose la jornada de trabajo más allá de la puesta de sol.
A este molino acudía gente de toda Garafía. Los que vivían en su entorno podían ver sus aspas y saber si estaban o no en funcionamiento para llevar el grano aunque, si el molinero terminaba de molturar el grano acumulado, y las condiciones de viento eran las adecuadas, avisaba a los vecinos tocando el bucio (bocina hecha con una caracola de mar grande) de la disponibilidad para seguir molturando. Según las condiciones del viento el molinero añadía más o menos velas de madera, en muchas ocasiones a la luz de un farol.
Los molinos eran importantes puntos de socialización, convertidos en mentideros sobre todo en las épocas de ausencia de viento, cuando esperaban hasta el anochecer por “el terral de la cumbre”(2) para poder moler y llevar de vuelta a los hogares el grano ya transformado en gofio. Cuando llegaban las fiestas se solía moler trigo sin tostar para hacer pan, el molinero tenía asignado un día determinado para triturar el cereal, dado que tenía que limpiar las piedras tanto antes como después de utilizarlas para este fin. El boca a boca entre los vecinos era el medio más eficaz para que estos conocieran cuando, de manera excepcional, se fabricaba
(2) Viento que se traslada de cumbre a costa, durante el día, también llamado brisa de tierra o terral